Con beneplácito, los fieles católicos a través de la Conferencia Episcopal de Colombia celebraban el pasado 3 de julio la resolución 1120 del Ministerio de Salud, con la cual se adoptaban los protocolos de bioseguridad para mitigar el riesgo de la pandemia de Covid-19 para el sector religioso.
Tales protocolos de bioseguridad serían los mismos exigidos para otros sectores, como las normas para el ingreso, la desinfección de manos, de calzado, la asepsia del lugar, el control del distanciamiento físico, el aforo y la desinfección de los objetos, los cuales ya se están aplicando en pruebas piloto para templos de municipios no Covid o de baja afectación.
Después de una Semana Santa poco usual vivida desde el confinamiento, ceremonias litúrgicas dominicales que poco a poco fueron ganando seguidores a través de plataformas digitales, sacerdotes, monjas y comunidades religiosas que a través de las redes sociales encontraron una manera más cercana y poco usual de evangelización en tiempos de pandemia, han permitido de algún modo sostener la fe de los fieles.
Ese anhelo de reabrir los templos, de vivir una misa ahora sí en vivo y en directo, recibir la comunión sacramental, pronto se esfumó con las declaraciones de la alcaldesa de Bogotá Claudia López, cuando descartó ante los medios de comunicación la posibilidad que en la capital no se permitan abrir las iglesias y otros recintos religiosos que funcionen en espacios cerrados por el alto riesgo epidemiológico que esto conlleva.
El día sin IVA que movió masas y aglutinó gente en los almacenes de cadena, la reapertura del comercio y otros sectores económicos han podido abrirse camino mediante excepciones en los decretos establecidos por el Gobierno Nacional, lo cual justifica que un país como Colombia donde la mayor parte de su población está sumida en la pobreza, la informalidad y la corrupción pueda salir del confinamiento, pero no admite que los ciudadanos en su mayoría católicos puedan volver a los templos cumpliendo las medidas de bioseguridad.
Para el Padre Mauricio Saavedra, O.S.A, Decano de la Facultad de Teología de UNICERVANTES, existen tres razones para abrir las iglesias: la primera, porque la libertad religiosa es un derecho fundamental, vivimos en una democracia y no se puede desconocer que esta libertad es un derecho constitucional; la segunda, no se congestiona el transporte público ya que la mayoría de los fieles van a pie a las iglesias de sus barrios; y la tercera razón quizás la más poderosa es que la gente busca bienestar espiritual después de vivir varios meses de miedo e incertidumbre. Vale la pena resaltar también que la Iglesia acoge a la población más vulnerable, independientemente de la religión que profesen, entregando ayudas a pesar de la reducción de las limosnas.
¿La pandemia podría ser un pretexto para coartar las libertades individuales y en especial el derecho a la libertad religiosa? La espiritualidad y la cultura de Occidente se han construido sobre los valores de la tradición judeocristiana, que incluyen la libertad religiosa. Las ideologías de izquierda o derecha parecen pretender en medio de las crisis socavar estos principios. De esta crisis no se sale sin un apelo a la fuerza espiritual de la sociedad, y si esa sociedad se muestra en su mayoría cristiana-católica es hora de dejarla actuar.
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